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galasanchezmontero

-TIC-GENEALOGÍA DE LA BESTIA-TAC- Parte I: "Carroñeros" (2/9)

Actualizado: 10 sept 2022

Ese día mi Padre no consiguió cazar nada, ni una mísera perdiz; pero a mí eso me daba igual. Estaba muy contento porque habíamos pasado todo el día trotando juntos por el Monte poniendo y revisando trampas, achechando presas y aprendiendo cosas sobre los animales y las plantas, sobre el hábitat y el ecosistema en el que convivían y la mejor manera de tener todo ello en cuenta para darles caza y cultivarlas de forma respetuosa con la Madre Naturaleza.

mi Padre no era científico, tan solo un hombre de campo que sabía mucho de desastres naturales: vio venir la crisis del Cambio Climático décadas antes de que nacieran los ecologistas posmodernos…

Me enseñó muchas cosas de lo más útiles sobre el equilibrio natural del Monte y en especial sobre la caza… mi Padre era un depredador nato y Deseaba que yo también lo fuera… cómo desplazarme y moverme por el terreno y el espacio sin ser percibido, cómo evitar que el aire se chivase de mi posición, cómo camuflarme de los agudísimos sentidos animales de la forma más adecuada en cada caso, cómo agazaparme entre la vegetación para no engarrotarme… muy, muy en silencio y en posición ventajosa desde la que poder otear el terreno hasta que apareciera la presa… Pero esperamos y esperamos sobre unas rocas, ocultos entre matorrales, tumbados boca abajo sobre la maleza durante horas, tragando polvo y tierra como condenados y no apareció ninguna. Y eso que estábamos tan concentrados y en estricto silencio que solo me escuchaba a mí mismo.


A mediados de otoño cae el Sol a toda velocidad y tuvimos que marcharnos a Casa con las manos vacías; mi Padre decía que a veces pasa y que hay que aguantarse, pero a él le sentaba como una patada en los cojones... igual que a mí...

Ya de camino a Casa… como siempre llegábamos tarde… decidió atrochar Monte a través para llegar a Tiempo; mi Madre era muy quisquillosa con eso de la puntualidad, pero mi Padre y yo no solíamos hacerle mucho caso y menos si estábamos en el Monte… la puntualidad era superior a nuestras fuerzas, ¡nos distraíamos con una mosca!...

Prueba evidente de ello es que se cerró la Noche sobre nuestras cabezas a apenas unos kilómetros de donde habíamos estado escondidos por detenernos a ver cómo se recogían las abejas en sus colmenas, cómo las águilas se retiraban a sus nidos y cómo las liebres se apresuraban para alimentarse a ojos vista aprovechando que las aves rapaces nocturnas aún estaban adormiladas.

El camino era pedregoso, lleno de maleza y matorral bajo, muy tortuoso y agreste, pero por lo menos no estaba oscuro del todo, la Luna llena colgaba enorme en el cielo... o al menos así me lo pareció, era muy pequeño… iluminaba nuestros pasos lo justo para no tropezar. Perder no nos íbamos a perder, mi Padre podía volver a Casa o al Pueblo con los ojos cerrados desde cualquier punto del Monte.

Por eso no tenía miedo, me limitaba a disfrutar del paisaje nocturno sin preocupación alguna y a seguir sus pasos con agilidad para no entorpecerle. De Noche el Monte cambia mucho, los animales diurnos se cobijan en sus nidos y madrigueras y los nocturnos salen del calor y la comodidad de sus hogares a vivir sus vidas.


… el Monte NUNCA duerme…


Las plantas respiraban relajadas bajo el amparo del Sol que les daba la Noche, el viento silbaba con toda su fuerza, o a lo mejor era porque Todo estaba más en Silencio… no sé… no sonaban las estridentes chicharras, pero sí los insistentes grillos y los agoreros cuervos que sustituían el trinar de gorriones y jilgueros; y tampoco volaban molestas moscas, pero sí luciérnagas entre los arbustos y libélulas e infinitos mosquitos y bichos alados de todo tipo sobre la superficie plateada del Río.

Sus aguas hendían la tierra con susurrante parsimonia, salvo si había piedras en su curso y no les quedaba más remedio que brincar con alegría pese a ser tan de Noche. Su superficie en calma resplandecía fantasmagórica como un espejo capaz de reflejar al mismo tiempo la etérea luminosidad de la Luna y la negrura más infinita corriente abajo entre la frondosa vegetación que abrigaba los márgenes de la rivera.

Por el suelo, entre mis pies, correteaban toda clase de diminutos insectos. Los escarabajos cargaban o hacían girar entre sus fuertes patitas pequeños tesoros que doblaban su tamaño y, entre las ramas de los árboles, a la trémula luz de la Luna Lunera, las arañas se pegaban su particular festín en la despensa tereñil. Las criaturillas de la Noche, toda suerte de pequeñas alimañas, sinuosas culebras, diminutos saltaojos y ratones y ranitas y sapos… que no podía distinguir por su velocidad, pero sí escuchar clarísimamente, poblaban la tierra y las raíces de los árboles y las orillas del Río, no muy lejos, en busca de alimento.

Las ardillas, conejos y hurones aprovechaban las últimas horas del día para refugiarse en todo tipo de oquedades naturales o escarbadas en la tierra que conformaban galerías de túneles colindantes a las grandes urbes de las hormigas, había hormigueros y colmenas por doquier… sociedades matriarcales perfectas ¡Ellas sí que saben!… los zorros, liebres, meloncillos, nutrias y comadrejas eran los de mayor tamaño de todos ellos. Los jabalíes no iban a acercarse tanto a nosotros, los ciervos eran demasiado huidizos como para dejarse ver y ya lo de atisbar a algún lince sería como ganar la lotería, a lo sumo teníamos suerte y podíamos observar a algún gato montés extremadamente escurridizo echando un trago en el Río. Pero no fue el caso.

Aun así, tuve el privilegio de escuchar el canto del mirlo, el gru-gru de la tórtola, a perdices y patos por supuesto, y a zorzales y petirrojos, cernícalos, milanos, aguiluchos y gavilanes antes de que anocheciera del todo… ¡oh!... y los gritos de guerra tribales de águilas y halcones, como Indios que vuelan sobre la llanura contra los invasores del Nuevo Mundo. Las únicas aves despiertas a aquellas horas eran las rapaces que sobrevolaban la Noche en busca de sus presas o escudriñaban la oscuridad posadas en los árboles, tan quietas que costaba infinito identificarlas. El ulular triste y misterioso del búho, el de la lechuza mucho más escalofriante, el del mochuelo como un principito entre ellos… se camuflaban a la perfección gracias a su hermoso plumaje, solo el brillo de sus enormes y enigmáticos ojos entre las hojas les delataba.

No había cosa que me gustara más de chico que buscarlos y perseguirlos en la oscuridad sobre las ramas, allí por donde me guiaba su grave aleteo y su ulular magnético ¡intentando mirar más allá de lo que veía, como decía Rafiki!, solo así podía distinguirlos por lo bien que se camuflaban... su habilidad para hacerse invisibles a simple vista me parecía fascinante... cada vez que identificaba uno filosofando sobre una rama se lo mostraba orgulloso e impaciente a mi Padre, susurrando elogios de profunda admiración para que también lo (ad)mirase.

Seguía entretenido persiguiendo a búhos y mochuelos... las lechuzas eran mucho más fáciles de identificar, solo que había muy pocas... cuando me percaté por el rabillo del ojo de que tres buitres volaban en círculos relativamente cerca de nuestra posición, a unos cuantos metros sobre nuestras cabezas, más adelante, cerca del Río. Apenas se podían distinguir a esa altura y tan de noche, pero la Luna brillaba lo suficiente como para identificar su silueta e incluso iluminar su aspecto cuando transitaban por cierto punto de su particular circunferencia.

Eran enormes y sus alas gigantescas, su cuello pelado daba grima, parecían payasos disfrazados con abrigos de plumas… las apariencias engañan… sus picos ganchudos y sus garras a contraluz sin duda eran armas peligrosísimas, letales... la altura les da ventaja, como a Obi-Wan Kenobi…

Me agarré a la mano de mi Padre, impresionado… ¡acojonado más bien!... tenía miedo porque sus gritos, que parecían de locos, empezaron a sonar muy cerca; el eco del Monte los amplificaba y… por culpa de mi Sexto Sentido… fue como si de un momento a otro los tuviera encima. Pero no, eran alucinaciones mías. Seguían volando en círculos mucho allá por encima de nuestras cabezas, muy atentos a algo que estaba en el justo epicentro de su escalofriante danza, en el suelo.

Junto al Río.


ECHOES

Por encima del albatros

se mantiene inmóvil en el aire

y en la profundidad bajo las onduladas olas,

en laberintos de cuevas de coral,

el eco de un tiempo distante

viene envolviendo a través de la arena.

Y todo es verde y submarino

Y nadie nos mostró la superficie

y nadie sabe el dónde o el por qué.

Algo se agita y algo intenta

comenzar a escalar hacia la luz.


Extraños paseando en la calle,

por accidente dos miradas separadas se encuentran

y yo soy tú y a quien veo es a mí.

Y te tomo de la mano

Y te conduzco a través del terreno,

ayúdame a entender lo mejor que pueda.

Y nadie nos llama para seguir adelante

y nada nos hace cerrar los ojos,

nadie habla y nadie intenta,

nadie vuela alrededor del Sol...


A pesar de todo, todos los días apareces

ante mis despiertos ojos,

invitando e incitándome

a ascender.

Y a través de la ventana en la pared

vienen corriendo en alas de luz solar

un millón de brillantes embajadores de la mañana.

Y nadie me canta canciones de cuna

y nada me hace cerrar los ojos,

entonces, lanzo la ventana lejos

y te llamo a través del cielo...


N.A. la canción de "ECHOES" ES CLAVE en el hilo argumental ALAN-PADRE, es una referencia/hipervínculo a lo largo de toda la novela, la canción favorita de Sísifo/Búho Anacoreta. El elemento natural simbólico-metafórico de la psique de Alan es el AGUA.


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