(TAMAÑO MEDIO; ÓLEO SOBRE LIENZO CON TEXTURAS: POLVO DE MÁRMOL Y ARENA DE PLAYA AGLUTINADOS BAJO EL GESSO; DE TAL FORMA QUE LA ARENA PARECE REAL, IGUAL QUE EL ASFALTO). Era una pintura punzante, contradictoria, pues a la vez que transmitía una profunda y sobrecogedora soledad, también titilaba en ella la llama de una pequeña esperanza.
El cuadro representaba a Mnemea, el Maestro y Hades caminando al amanecer hacia el horizonte por una carretera bacheada que cortaba en dos un paraje inhóspito: un desierto aparentemente sin fin salpicado de dunas hasta donde alcanzaba la vista.
El Maestro iba en el centro, ataviado con una holgada túnica marrón oscuro con la capucha quitada. Sus discípulos adolescentes caminaban a su lado vestidos con túnicas blanco roto; el Maestro posaba sus grandes, peludos y pesados antebrazos sobre los tiernos hombros de Hades a su diestra y de Mnemea a su siniestra, ambos entrelazaban sus manos tras la robusta cintura del Demiurgo.
Los pasos de Hades y Mnemea avanzan a la par, de tal forma que el anciano parecía quedarse un poco más rezagado, mero efecto óptico producido por los pliegues y el liviano movimiento de las túnicas. La luz anaranjada y delicada del alba dotaba al cuadro de una atmósfera etérea que le hacía parecer un espejismo. La coleta semitrenzada del Maestro se agitaba con hipnótica parsimonia a su espalda hasta el final de la columna vertebral, al igual que el brillante pelo castaño oscuro de Mnemea cuyos rizos, que le llegaban a los tobillos, se alzaban siseantes lamiendo la luz matinal en torno a sus dos acompañantes; la media melena cuasi negra de Hades crepitaba furiosa al viento, sus greñas le azotaban el picassiano perfil y el cuello con furia desatada.
La arena y el polvo en suspensión en torno a ellos enturbiaba sus siluetas en magnífico sfumato al igual que el asfalto bajo sus pies descalzos y llenos de ampollas por la larga y abrasadora caminata. Las huellas a su espalda desaparecían por el viento de Poniente, impidiendo así la posibilidad de que alguien les siguiera y pudiera encontrarles. De esa manera les protegía la Madre Naturaleza para dificultar el rastreo de sus enemigos, pero también todo posible auxilio.
Los tres VagaMundos peripatéticos, firmes y sin atisbo de miedo, parecían ajenos a las inclemencias del paisaje adverso que atravesaban, miraban al frente con la cabeza alta bajo el implacable, pesado y pica-picajoso sol del desierto que pronto comenzaría a abrasar sin compasión alguna el alquitrán bajo sus pies, sus hombros y los sueños imposibles de sus quijoteras.
N.A.: el cuadro representa al Maestro-Demiurgo y a sus dos discípulos: Hades (el nihilista positivo) y Mnemea (la protagonista femenina). Quien mira el cuadro es el protagonista masculino (nihilista negativo)
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